viernes, 26 de octubre de 2012

LA MAÑANA

La mañana es un ejercicio interminable de resistencia. El baño humea por el chorro caliente que genera la ducha. Lo miro y veo que cae invitándome a entrar, pero me demoro sin piedad por el medio ambiente. Observo mi cuerpo en el espejo y veo las curvas demacradas y rotas, el sexo erizado por el frío y la soledad de esa hora. No hay sonidos a mi alrededor pues he dejado de mirar el noticiero que encendía en automático cada día para reir un poco con la crueldad irónica del mundo. Regreso a la ducha y al fin cae caliente el agua por mi rostro lavándome las lágrimas que ya salieron sin permiso. Otra vez las mismas de ayer. Las agradezco porque dicen que cuando salen curan. Rebotan por mis mejillas y se pierden entre los ríos de agua diluyándose como mi imagen en tu memoria. No entiendo una vez más las razones del olvido y del abandono, me descrubro desnuda en medio de la tina cuando el agua ya está fría como témpano del alma. Una reacción mecánica me hace huir de ella, envolverme en la suave toalla y salir huyendo de la debilidad del momento. Una vez más el espejo juzga mi cuerpo y entonces corro a buscar la pieza de lagodón y lino que lo cubrirá por otras horas, alejándome de su reflejo cansado y roto. La inercia me conduce al ejercicio de caminar hasta el auto, aún sin tomar desayuno, despidiéndome de una vez del perro que me mira sin entender el por qué he perdido el olor, los colores y el aliento. Una vez más conduciré como autómata por el camino lleno de semejantes; alguno de ellos descrubre mi dolor cuando me mira por el retrovisor como su un halo de pensamientos rebotara como luz y se partiera en mil palabras. Escondo mi rostro demacrado bajo las gafas aunque no me moleste el débil sol. No quiero proporcionar más información al mundo. El camino conduce siempre a la salvación y el mío me conduce al trabajo donde me esperan papeles que no lograré comprender.

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